Hay un episodio de Mad Men que me gusta mucho. Se llama “Lady Lazarus” y adjunto la escena que me parece más importante para el tema:
Esta escena marca el inicio de la obsolescencia creativa de Don Draper. El director creativo ha perdido su gran capacidad de anticipar tendencias, y nos muestra una desconexión ante un panorama cultural que ha evolucionado más allá de su entendimiento.
Ayer durante espectáculo del medio tiempo del Super Bowl vi esta escena multiplicada.
Kendrick Lamar, uno de los artistas de hip-hop más aclamados y socialmente incisivos del siglo XXI, encabezó el espectáculo como el primer rapero en hacerlo en solitario. Su presentación fue una obra maestra de intencionalidad artística, simbolismo, historia, chisme, queja y una crítica directa a la opresión sistémica. Las ideas del espectáculo sobrepasaron el entretenimiento del espectáculo. Sin embargo, las personas al rededor mío rechazaron lo que escucharon y vieron.
“Un desconocido” dijo alguien, pero una semana antes Kendrick Lamar ganó 7 premios Grammy (SIETE). “Un desconocido para mí, y estuvo aburrido” justificó, y otros, en su mayoría, estuvieron de acuerdo. ¿Relativismo o constructivismo?
Esta percepción no refleja la relevancia de Lamar, sino la falta de conexión cultural de la audiencia.
De la misma forma como Don Draper quedó atrás culturalmente a partir de la revolución psicodélica internacional, la gente al rededor de mi, no se percató que estaban presenciando un momento histórico en tiempo real.
El show de Kendrick Lamar en el Super Bowl no estaba diseñado para ajustarse a la fórmula tradicional del espectáculo de medio tiempo. En lugar de priorizar fuegos artificiales y coreografías fanfarronas, Lamar ofreció una presentación cargada de alusiones históricas y comentarios sociopolíticos. Minimalismo en el escenario, movimientos deliberados en los bailarines y la selección de canciones, fueron cuidadosamente organizados para construir una narrativa de resistencia, resiliencia y afirmación cultural. “Be humble, sit down” mientras el presidente Trump estaba de pie.
Lamar ha revolucionado el hip-hop, su destreza lírica ha sido comparada con la de los grandes de la literatura y su impacto confirmado con un Premio Pulitzer. Nomás.
Para los espectadores que esperaban un despliegue más convencional de grandeza, el enfoque de Lamar pudo parecer austero, aburrido y desconcertante. Sin embargo, fue precisamente esta ruptura con la expectativa lo que hizo que su presentación fuera tan impactante. En lugar de buscar agradar al mayor número de personas posible, Lamar utilizó el evento televisivo más visto de Estados Unidos para desafiar a la audiencia, ampliando los límites de lo que un espectáculo de medio tiempo puede representar.
Tanto el rechazo de Don Draper a Tomorrow Never Knows como la reacción negativa al espectáculo de Lamar revelan un problema más profundo: la incapacidad de reconocer cuando uno ha quedado desconectado del avance cultural. No se trata sólo de una cuestión de gustos, sino de una resistencia a comprometerse con lo desconocido, una negativa a expandir los propios horizontes intelectuales y estéticos.
Don Draper pudo haber elegido sentarse a escuchar lo nuevo de los Beatles, analizar la música, explorar por qué resonaba con las audiencias más jóvenes de todo el mundo. Los espectadores del Super Bowl pudieron averiguar quién es Kendrick Lamar, haber intentado comprender los temas, el peso histórico, y el mérito artístico del show. Pero en ambos casos, la respuesta fue el rechazo, una negativa a comprometerse con lo que no entendían de inmediato, y compararlo con el pasado.
El mundo no nos deja atrás de un momento a otro. Sucede en instantes como estos: cuando uno apaga una canción antes de darle una oportunidad, cuando descarta un artista sin indagar en su obra, cuando rechaza lo nuevo por nuevo, cuando decide que lo desconocido no merece atención.
Tanto Don Draper como mis amigos y compañeros no sólo no comprendieron lo que tenían enfrente, sino que tampoco pudieron percibir su propia desconexión con el mundo. No se trata simplemente de no entender, sino de no advertir que algo escapa a nuestra comprensión, de cuestionarse qué tantas ideas damos por sentado y cuántas otras dejamos escapar simplemente por indiferencia o desinterés.
La cuestión no es si el mundo seguirá avanzando sin nosotros, sino si seremos capaces de darnos cuenta cuando ocurra.